domingo, 31 de octubre de 2010

La vida tiene sazón y color...

...y para muestra un botón de paisajes de Costa Rica.


Atardecer en Puntarenas

 Laguna del Volcán Irazú


Hacienda Tayutic Turrialba

Arroz achiotado.

¿Por qué llamaban “porteras” a las aseadoras de la escuela?

Nunca me detuve a pensar el por qué, pero si las recuerdo verlas de sol a sol dejando como un “ajito” los pisos de la escuela.

Más de una vez las ayudé a limpiar aquellos grandes corredores, que en mi mente de niño eran inmensos, pero que gracias al tamaño del palo e’piso (que para mí era como de tres metros de largo), se podía cubrir de lado a lado el pasillo en un solo trazo.

Esas señoras, a diferencia de las maestras, prácticamente pasaban inadvertidas. La mayoría de los chiquillos de la escuela, no sabían sus nombres, ni donde vivían. Pero tenían algo especial.

Una vez que habían terminado su primer turno de limpieza, empezaban sus tareas en la cocina. Aunque la Escuela de varones Félix Arcadio Montero, en Santo Domingo de Heredia, era un centro educativo público y era mantenido por el Estado, siempre existían necesidades, por lo que la venta de comidas a los estudiantes, era una forma de hacer un poquito de plata.

Y en eso ayudaban las porteras.

Hasta las aulas llegaba ese aroma especial de la cebolla friéndose y del arroz en ebullición hasta quedar sequito y suavecito.

En grandes ollas hacían el arroz, blanquito, quebrado, mantecoso, que en poco tiempo iba a ser vendido en “gallitos” a 15 céntimos cada uno.

¿Cómo era que un plato tan simple puesto en una tortilla, tan pequeña que apenas alcanzaba en la palma de la mano de un niño, fuera tan apetitoso y se vendiera como pan caliente?

Lo que tenía de especial era el achiote, que le daba al arroz ese color amarillento-rojizo, que sobresaltaba del color blanquecino de la tortilla…era ese gusto a chuparse los dedos impregnados de colorante.

Esas porteras no necesitaban estudios universitarios, para saber que muchas veces las cosas entran por la vista y una llamativa presentación de un producto, por más simple que sea, puede ser un éxito en las ventas.

A veces nos quejamos de que nuestras vidas parecen muy simples y que nadie ni siquiera nos alza a ver….pongámosle un poquito de achiote y verán que nos podemos volver más apetitosos.

¡Buen provecho!

domingo, 24 de octubre de 2010

Aquellos días….

Han pasado los años y me vuelvo a sentar frente a la computadora, para hacer un recuento de tantas horas idas.

No es fácil encontrar los momentos clave que han marcado mi vida, sin embargo, entre ellos, encuentro uno imposible de olvidar, tan bello, que se extendió por más de diez años hasta antes del inicio del colegio. Si, mi infancia en mi querido Santo Domingo de Heredia.

Santo Domingo era un pueblito enclavado entre la Capital y la señoría Heredia. Sus pobladores podían jactarse de los ímpetus de los capitalinos, pero su esencia campesina les hacía ver la vida más bien con humildad.

Sus calles olían a boñiga y a cafetal, y los chiquillos y chiquillas, así como correteaban por el parque o la plaza de futbol, también se deslizaban en cartones embadurnados de candela, por los empinados potreros de las orillas del río Virilla o del Bermúdez.

De las cálidas tardes de marzo y abril, me emociona recordar a mi mama preocupada porque todos hiciéramos las tareas, jugándosela como un vikingo tratando de contestar preguntas de cinco güilas inquietos y por cierto, ¡que bien que se las arreglaba!

Es increíble como trabajando de sol a sol en nuestra casa, tenía la paciencia hasta para hacernos los dibujos en los cuadernos de vida, ¡era como una Diosa todopoderosa!

De mi tata, ni que decir…estudiando y trabajando para salir adelante, ya no se trataba de jugar de casita. Debía agarrarse muy bien del tren de la vida y tendernos un camino seguro para subirnos también en el.

Mi mama ha sido una mujer con muchas cualidades, pero dos son las que sobresalen de las otras: su sabiduría y su visión de futuro.

Nos enseñó a valernos por nosotros mismos, a entender que la vida es según nuestras propias capacidades. No sé, a veces he llegado a pensar que mi mama desde que nos tenía en su vientre sabía ya de nuestro futuro. Sus enseñanzas se adaptaban a cada uno de nosotros, según nuestras personalidades.

Y mi tata…mi tata nos dio el ejemplo, con su propia existencia, de cómo hacer valer nuestros principios, nuestras opiniones y darle sentido a la vida.

Dos recuerdos muy gratos al final de mi infancia…

…El último embarazo de mi mamá. Fue como un renacer y un devolvernos a la esencia de la vida a través de nuestra nueva hermana Cindy, para que valoráramos nuestros propios nacimientos y nuestros propios caminos.

…Y la graduación de mi papá en la Universidad de Costa Rica. Son pocos los hijos que tiene el privilegio de compartir con sus padres una meta tan sublime, sobre todo por el sacrificio que representó. Fue como ser el invitado de honor.
 

El amor llegó en partida doble...

No preciso el momento ni el lugar, si recuerdo que transcurría el mes de octubre del año 1960...percibo un momento de pasión, combinado con el temor a ser escuchados o a ser descubiertos por mi abuelo Rafael o mi abuela Octavia, pero también llega a mi recuerdo, un instante de amor.

Pese a las congojas de mi madre para atender a dos hijas recién nacidas o las de mi padre de buscar los “cincos” para dar de comer a cuatro bocas, hambrientas de vida, de ilusiones y de esperanzas, entre ellas, la de él; pese a la añoranza de tener un distante abrazo materno de mi abuela Liduvina y por qué no también de los pesares que le provocaban los calores infernales de una tierra desconocida (Puntarenas), se sentía amada, por dar vida a su pasión. Pese a todo eso, el instante de amor llegaba…

…Y el amor llegó y en partida doble.

Sentí una explosión, un chispazo que dio luz a mi vida y cerca de mí la historia se repetía, otra luz y otra vida.
La rutina, el calor, el trabajo, los sollozos de dos chiquillas que lloraban para vivir, los ojos inquisidores de unos suegros, tal vez no, quizás más bien, celosos un poco, pero amorosos al cabo del tiempo, al descubrir día tras día, que aquella era el complemento del otro y la mujer que merecía, y que el hijo, era el hombre que ella amaba y amaría por siempre.

Los días pasaban y nuestros corazones latían con más ansiedad, muy cerca de uno más grande y más noble, un corazón que aunque un poco curtido, por dentro estaba blando y colmado de ternura.

Esas, nuestras vidas, nuestras almas, empezaron su trajinar en este mundo. Sabíamos que pese a todo, teníamos la buena semilla, y que Pedro y Socorro nos darían juntos, el elixir para existir y sobre todo para vivir.

Era una noche del mes de julio del año 1961, de esas hermosas noches de lluvia. Las gotas chocando en las latas de zinc, los rayos que moldeaban figuras en luces y sombras y la música de los truenos, que arrullaban el sueño de padres y hermanas.

En esa noche mágica dio inicio el ser a la vida, tomados de la mano de un Ángel de luz. Por cada dolor que desgarraba su carne, su alma entera impregnaba nuestros corazones de esperanzas y bondades, nuestras mentes de ideales y nuestras almas de belleza.

Gracias Madre, porque nos abriste el camino y nos entregaste al mundo para ser un hombre y una mujer de bien.

¿Y nuestro Padre? Bien sabía que el recorrido no estaba siendo fácil, la angustia embargaba más y más su corazón. Los abuelos dieron las alas, pero el pichón tenía que volar solo. Ya eran cuatro intentos y los golpes eran fuertes y sobre todo, los dos últimos, fueron de esos golpes que llegan a lo más hondo del ser.
Sin palabras, su mirada hablaba a raudales, pero cuán difícil era descifrar su alma. ¿Cuánta inquietud guardaba en aquellas noches? ¿Cuántos caminos recorridos sin rumbo? Pero a mayor desazón, mayor deseo de salir adelante.

Gracias Padre, porque nos enseñaste que el camino difícil nos lleva a grandes satisfacciones.