domingo, 24 de octubre de 2010

Aquellos días….

Han pasado los años y me vuelvo a sentar frente a la computadora, para hacer un recuento de tantas horas idas.

No es fácil encontrar los momentos clave que han marcado mi vida, sin embargo, entre ellos, encuentro uno imposible de olvidar, tan bello, que se extendió por más de diez años hasta antes del inicio del colegio. Si, mi infancia en mi querido Santo Domingo de Heredia.

Santo Domingo era un pueblito enclavado entre la Capital y la señoría Heredia. Sus pobladores podían jactarse de los ímpetus de los capitalinos, pero su esencia campesina les hacía ver la vida más bien con humildad.

Sus calles olían a boñiga y a cafetal, y los chiquillos y chiquillas, así como correteaban por el parque o la plaza de futbol, también se deslizaban en cartones embadurnados de candela, por los empinados potreros de las orillas del río Virilla o del Bermúdez.

De las cálidas tardes de marzo y abril, me emociona recordar a mi mama preocupada porque todos hiciéramos las tareas, jugándosela como un vikingo tratando de contestar preguntas de cinco güilas inquietos y por cierto, ¡que bien que se las arreglaba!

Es increíble como trabajando de sol a sol en nuestra casa, tenía la paciencia hasta para hacernos los dibujos en los cuadernos de vida, ¡era como una Diosa todopoderosa!

De mi tata, ni que decir…estudiando y trabajando para salir adelante, ya no se trataba de jugar de casita. Debía agarrarse muy bien del tren de la vida y tendernos un camino seguro para subirnos también en el.

Mi mama ha sido una mujer con muchas cualidades, pero dos son las que sobresalen de las otras: su sabiduría y su visión de futuro.

Nos enseñó a valernos por nosotros mismos, a entender que la vida es según nuestras propias capacidades. No sé, a veces he llegado a pensar que mi mama desde que nos tenía en su vientre sabía ya de nuestro futuro. Sus enseñanzas se adaptaban a cada uno de nosotros, según nuestras personalidades.

Y mi tata…mi tata nos dio el ejemplo, con su propia existencia, de cómo hacer valer nuestros principios, nuestras opiniones y darle sentido a la vida.

Dos recuerdos muy gratos al final de mi infancia…

…El último embarazo de mi mamá. Fue como un renacer y un devolvernos a la esencia de la vida a través de nuestra nueva hermana Cindy, para que valoráramos nuestros propios nacimientos y nuestros propios caminos.

…Y la graduación de mi papá en la Universidad de Costa Rica. Son pocos los hijos que tiene el privilegio de compartir con sus padres una meta tan sublime, sobre todo por el sacrificio que representó. Fue como ser el invitado de honor.
 

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