domingo, 24 de octubre de 2010

El amor llegó en partida doble...

No preciso el momento ni el lugar, si recuerdo que transcurría el mes de octubre del año 1960...percibo un momento de pasión, combinado con el temor a ser escuchados o a ser descubiertos por mi abuelo Rafael o mi abuela Octavia, pero también llega a mi recuerdo, un instante de amor.

Pese a las congojas de mi madre para atender a dos hijas recién nacidas o las de mi padre de buscar los “cincos” para dar de comer a cuatro bocas, hambrientas de vida, de ilusiones y de esperanzas, entre ellas, la de él; pese a la añoranza de tener un distante abrazo materno de mi abuela Liduvina y por qué no también de los pesares que le provocaban los calores infernales de una tierra desconocida (Puntarenas), se sentía amada, por dar vida a su pasión. Pese a todo eso, el instante de amor llegaba…

…Y el amor llegó y en partida doble.

Sentí una explosión, un chispazo que dio luz a mi vida y cerca de mí la historia se repetía, otra luz y otra vida.
La rutina, el calor, el trabajo, los sollozos de dos chiquillas que lloraban para vivir, los ojos inquisidores de unos suegros, tal vez no, quizás más bien, celosos un poco, pero amorosos al cabo del tiempo, al descubrir día tras día, que aquella era el complemento del otro y la mujer que merecía, y que el hijo, era el hombre que ella amaba y amaría por siempre.

Los días pasaban y nuestros corazones latían con más ansiedad, muy cerca de uno más grande y más noble, un corazón que aunque un poco curtido, por dentro estaba blando y colmado de ternura.

Esas, nuestras vidas, nuestras almas, empezaron su trajinar en este mundo. Sabíamos que pese a todo, teníamos la buena semilla, y que Pedro y Socorro nos darían juntos, el elixir para existir y sobre todo para vivir.

Era una noche del mes de julio del año 1961, de esas hermosas noches de lluvia. Las gotas chocando en las latas de zinc, los rayos que moldeaban figuras en luces y sombras y la música de los truenos, que arrullaban el sueño de padres y hermanas.

En esa noche mágica dio inicio el ser a la vida, tomados de la mano de un Ángel de luz. Por cada dolor que desgarraba su carne, su alma entera impregnaba nuestros corazones de esperanzas y bondades, nuestras mentes de ideales y nuestras almas de belleza.

Gracias Madre, porque nos abriste el camino y nos entregaste al mundo para ser un hombre y una mujer de bien.

¿Y nuestro Padre? Bien sabía que el recorrido no estaba siendo fácil, la angustia embargaba más y más su corazón. Los abuelos dieron las alas, pero el pichón tenía que volar solo. Ya eran cuatro intentos y los golpes eran fuertes y sobre todo, los dos últimos, fueron de esos golpes que llegan a lo más hondo del ser.
Sin palabras, su mirada hablaba a raudales, pero cuán difícil era descifrar su alma. ¿Cuánta inquietud guardaba en aquellas noches? ¿Cuántos caminos recorridos sin rumbo? Pero a mayor desazón, mayor deseo de salir adelante.

Gracias Padre, porque nos enseñaste que el camino difícil nos lleva a grandes satisfacciones.

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